
A través de su guitarra, se deslizaba por las cuerdas de sus sentimientos. Era la mejor fórmula de escucharse. Tocaba para sí durante horas, transitando por sus ilusiones y frustraciones al compás de la música.
En su mundo traducido a pentagramas la única nota discordante era su falta de autoestima. Y sólo la melodía le hacía comunicarse con el que habitaba en su corazón, aquel que callaba cada vez que hacía uso de su razón las veinticuatro horas al día, sin ton ni son.
María Coca.