
Al nacer, su madre quiso seguir sintiéndolo e impidió que nadie cortara el cordón umbilical; era su hijo y seguiría siendo parte de ella para siempre. Así que el niño creció encadenado a un agradecimiento que con el tiempo se fue volviendo tormento. La madre siguió alimentándolo con sus propios sueños mezclados con miserias. Y el hijo sufría de pesadas digestiones hasta que cierta noche, mientras su madre dormía, se armó de valor y rompió el cordón.
Desde entonces, la madre lo busca sin descanso porque se siente incompleta. Tal vez tanto como su hijo, que deambula por el mundo con una herida en el abdomen sin cicatrizar y un vacío en el alma que intenta rellenar con los trozos de sueños mezclados con miserias de cuantas mujeres conoce.
María Coca
Imagen: M. Bjurling