Sueños de tinta azul
La vida palpita en una
servilleta donde declaras tu amor con la tinta del miedo. Eso es algo que
Valeria sabe muy bien. Está acostumbrada a escribir ideas inconsistentes en
servilletas que abandona en cualquier parte. Y decora mesas de cafeterías,
barras de bares, estanterías de supermercados e incluso aseos femeninos en un
vasto impulso de dar a conocer su mundo a cualquiera que tenga las fronteras
abiertas de la imaginación.
En ocasiones, cuando
realmente ve a alguien con el que sueña una existencia completa, le da vueltas
a la hora de hacérsela llegar. Ella siempre escribe para alguien y se lo hace
saber, aunque el remitente se quede estupefacto frente a un mensaje que lee sin
entender el código cifrado de las letras.
En la mayoría de los casos, nadie
le echa cuenta y todas esas servilletas repletas de ideas que acaban en manos
del viento, que juega con ellas hasta abandonarlas en cualquier parte, junto a
hojas secas y colillas que la gente besa para olvidar más tarde. Valeria observa a todos desde su mesa predilecta
de la cafetería de su barrio y cuando se fija en alguien, le hace protagonista
de una novela imaginaria. Una novela en la que ella siempre es el personaje
secundario junto a él. Eso acaba de ocurrirle justo ahora: él ha aparecido sin
hacerse notar bajo un abrigo azul abismal. Sonríe y le observa. Mientras tanto,
él, absorto en la cucharilla del café, continúa barajando pensamientos sin
percatase de ser príncipe azul por un instante.
Valeria es de esa clase de
personas que no necesitan el visto bueno de nadie para cambiar el destino a
cualquiera. Con buena caligrafía, escribe en una servilleta que sabe que él ha
venido a rescatarla de su propia existencia. Juntos se marcharán en el
automóvil con el techo despintado que él tiene aparcado en la puerta hacia un
destino que les espera en alguna parte. Se siente feliz. Se ve siendo otra en
cualquier lugar desconocido y tanta emoción la embarga y palpita de tal forma,
que al levantarse, se siente volar sin alas.
Se acerca poco a poco hasta él, que apura las
últimas gotas de un café espeso como la tarde y le regala la servilleta
entintada sin mediar palabra. “No llevo suelto”, responde él sin mirarla.
Valeria le sonríe al mismo tiempo que le espeta que no importa. Las emociones
que no se regalan no tienen sentido, le contesta. Y él, que tan sólo había pasado por allí para
tomar un café a media tarde, abre los ojos dormidos de rutinas y la observa sin
saber a qué se enfrenta. Ambos se intercambian una mirada en la que el interés
por el otro es el denominador común. Justo
un instante después, Valeria abandona la cafetería y se precipita de nuevo
hacia esas calles donde siempre camina de un lado para otro. Las mismas que la
han visto cumplir años y volar con su imaginación. El momento ha valido la pena, se dice
satisfecha. Y paso a paso, regresa a ningún lugar, mientras el viento juega
ensimismado con varias servilletas repletas de sueños inconclusos de tinta azul.
María Coca
Imagen: Andreas Marx